Desde que la Fundación Cristo Joven se estableció en la ciudad de Osorno, más de cuatro mil estudiantes han sido albergados en sus instalaciones, entre ellos secundarios y universitarios. Actualmente, tanto el Barrio Universitario Obispo Romero (BUOR), la Aldea Juvenil Alberto Magno y el Hogar de Valdivia están orientadas a recibir alumnos de educación superior.
Antonia González y Erwin Paillacan fueron parte de estas comunidades, durante distintos años, mientras que Erwin estuvo en la Aldea entre el 2011 y 2014, siendo estudiante de enseñanza media, Antonia fue parte de BUOR en el 2022, cuando ya estaba cursando la etapa universitaria. A pesar de ello, ambos mantienen un recuerdo y cariño por los días que pasaron en estas cabañas junto a otros estudiantes.
-¿Cómo supiste de la existencia de estos espacios?
Erwin: “Conocí la Aldea Juvenil gracias a uno de mis tíos, quien había vivido allí durante su adolescencia hace muchos años. Debido a su recomendación y a la propuesta de formación integral, mi familia decidió enviarme a vivir a este lugar, principalmente para poder estudiar en la ciudad. Luego, se convertiría en mucho más que eso”.
Antonia: “Llegué a través de un amigo, él estaba viviendo en la Aldea Juvenil, que es donde hay hombres. Yo estaba viviendo en el campo y necesitaba mudarme a Osorno para seguir con mis estudios, y esta persona me dijo que por qué no iba a preguntar al Barrio Universitario si es que había alguna posibilidad de ingresar”.
-¿Cómo fue tu experiencia viviendo en esta comunidad?
Erwin: “Lo recuerdo con mucho cariño. Fue una experiencia enriquecedora que me permitió conocer muchos amigos, vivir en comunidad y aprender valores importantes que han marcado mi vida”.
Antonia: “Desde mi punto de vista fue una experiencia nueva, porque era la primera vez que iba a vivir sola, o sea fuera de mi hogar, pero al llegar al Barrio te das cuenta que estás con más chicas, quienes me recibieron demasiado bien. Me sentí súper acogida”.
-¿Qué es lo que más te gustaba de pertenecer a este lugar?
Erwin: “La sensación de compañerismo que existía en la comunidad. Allí, todos nos apoyábamos mutuamente y nos sentíamos como una gran familia. Promovían grandes valores, enseñándonos a ser responsables, respetuosos y solidarios. Aprendí a ser más tolerante y a comprender mejor las necesidades de los demás. En general, pertenecer a la Aldea Juvenil fue una experiencia muy enriquecedora que me permitió crecer como persona”.
Antonia: “Lo que más me gustaba era el ambiente que existía entre nosotras como compañeras de cabaña e incluso con chicas de los otros espacios, ya que éramos demasiadas en el barrio, pero aun así me gustaba la unión que generábamos”.
-¿Cómo era el ambiente en la Aldea y/o Barrio?
Erwin: “Dentro de las cabañas es muy agradable y acogedor. Convivir con otros jóvenes de tu misma edad ayuda a crear una atmósfera de comunidad, amistad y compañerismo, lo que también permite aprender mucho de las experiencias y vivencias de los demás. Los encargados del lugar siempre estaban dispuestos a ayudar y atender cualquier necesidad o inquietud que tuviéramos, tanto Don Armando como Don Gustavo, el inspector, eran muy atentos”.
Antonia: “El ambiente que se vivía allá adentro era muy amigable, entre nosotras éramos muy unidas, se podría decir que al final terminábamos siendo una familia, pues habían como 60 mujeres en un condominio. Si uno necesitaba ayuda los encargados del lugar siempre estaban”.
-¿Qué le dirías a los nuevos jóvenes que llegan a estos hogares universitarios de la Fundación Cristo Joven, para que disfruten su estancia en este lugar?
Erwin: “Como exaldeano, puedo decir que la Aldea Juvenil es un lugar único en su clase. Al llegar allí, no sabía exactamente qué esperar, pero de inmediato me di cuenta de que estaba en un lugar especial. Desde el momento en que puse un pie en ese sitio, sentí la calidez de la comunidad y la atención que se brindaba a todos los jóvenes. No solo fue una oportunidad para estudiar y dormir, sino que también fue para desarrollarme como persona. Aprendí mucho sobre mí mismo y sobre los demás. Conocí a personas de diferentes zonas de la región. La Aldea Juvenil se convirtió en mi hogar”.
Antonia: “Yo les diría que sean amigables y simpáticas con sus compañeras de cabaña, ya que al fin y al cabo uno termina formando una familia con las chicas, vives con ellas las 24 horas del día, compartes y generas lazos, ya que se verán siempre”.